Villarino de los aires en «Vivir a manos llenas»
En lo profundo de la meseta ibérica, junto al curso del río Duero que hace frontera con Portugal, se encuentra la localidad de Villarino de los Aires. Entre el filo de la geografía española y, como enclave rural, en lo más hondo de su imaginación colectiva, Villarino se ha mantenido tranquilo y solemne en su situación paradójica, a la vez alejado de las grandes miradas del país como ejemplo de una sus condiciones estructurales: el abandono de la España rural. Pero sí que hubo una gran mirada que se fijó en Villarino y le dedicó profusas y hermosas palabras, tanto como uno solo puede hacer por el lugar que le ha visto nacer. Pues un 30 de octubre de 1944, este pequeño pueblo salmantino vio venir al mundo a una de las plumas más grandes de la literatura española del pasado siglo: José-Miguel Ullán.
Villarino de los Aires, aunque en ocasiones velado, es uno de los protagonistas indispensables de Vivir a manos llenas. Por un lado, desde la propia infancia de Ullán, que Antonio Grande, amigo del autor y villarinense también, relata con un enorme lujo de detalle y cariño en el apéndice de nuestro libro. Pero Villarino es ante todo protagonista de los textos de Ullán y representa el tercer vértice geográfico de estos textos, junto con Madrid y Salamanca, habitualmente retratado en los artículos que juntaba bajo la columna “Desde un lugar cualquiera”. Este lugar cualquiera es, en efecto, Villarino de los Aires, pero la abstracción de la localidad no es para nada causal: indica, por un lado, la humildad, lejos de desvaríos regionalistas, con la que Ullán retrata su localidad natal; y, por el otro, la expresividad con la que la particularidad de los problemas de este pequeño pueblo de frontera abarcaban la patología crónica de la España franquista. Porque humildad es, ante todo, lo que marca la mirada de Ullán ante su pueblo, como podemos ver en estas líneas del artículo Soledad rural.
“Nuestro pueblo — lo he dicho muchas veces — se viene alimentando de silencio subido, monotonía y soledad. Aunque a menudo los que escribimos hagamos metáfora de lo menos metafórico y pongamos optimismo sobre el cuadro más sombrío. Y eso que uno no es precisamente conocido por su alegría descriptiva y, aunque poeta sobre todas las cosas, tampoco suele poetizar lo que exige realismo secamente.”
Ullán se encuentra ante el dilema de acercarse a la tierra de su pueblo con la palabra del escritor, que tan habitualmente ha traicionado con su lirismo y su abstracción las duras realidades que trata de describir. Pero Ullán sabe bien que, cuando el problema es ese “silencio subido”, esa “monotonía y soledad”, se hace más importante que nunca prestar la palabra, y no una de especiales sofisticaciones, sino la simple descripción de la tragedia muda de la vida rural. Y el silencio no es solo el que a muchos aún nos resulta conocida: la indiferencia con la que nuestro país trata el deterioro y abandono de la vida en el campo. Es, especialmente para Ullán, el silencio impuesto de la censura, que aplacaba cualquier atisbo de crítica social. Pero para José-Miguel Ullán no le hace falta más que poner la palabra sencilla, deshacerse del disfraz romántico de lo rural, para hacer que la realidad se denuncie por sí misma.
De tal forma que por las columnas que protagoniza Villarino, a veces por nombre a veces como ese “lugar cualquiera”, presentan una secuencia inolvidable de imágenes, de noches de fiesta, del paso de unos míseros feriantes portugueses, de iglesias y rezos, de frías madrugadas que dan paso a los duros días de trabajo en el campo. Las estampas dejan paso a una visión de la pobreza y desesperación pero que también dejan entrever, como en toda realidad compleja y viva, destellos de ternura, divertimento y dignidad, la de un pueblo (Villarino, o el de toda la España rural de la dictadura) que no se resigna al silencio y a la miseria, sino que renace y oculta la posibilidad de un futuro mejor en sus pequeños detalles, en sus humildes rincones de humanidad. Y aunque Ullán quiera dejar a la palabra viva la mera descripción, dejada de metáforas, de su querido pueblo natal, no puede evitarse concluir que para lo primero también hace falta su enorme talento literario.
“Tierra sencilla. Tierra olvidada en el rincón del sueño inconfesable. Tierra paladeada de tarde en tarde. Con hambre de muchacho que descubre las lomas más firmes, empinadas sobre la seca geografía que nos circunda. La cruz de Salamanca. El reverso que todos ocultamos.”
En estas líneas son del elocuentemente titulado artículo «Demasiado silencio», donde Ullán aún se resiste contra los confines de la censura. Pese a la humildad del título, Villarino de los Aires no es un lugar cualquiera, es antes que nada el lugar de nacimiento de José-Miguel Ullán y el objeto de algunas de sus más hermosas palabras, de sus más sentidos textos. Pero es ante todo la representación de una España rural que, aún hoy en día, sigue sufriendo el desprecio y el abandono del resto del país. Sin Villarino de los Aires, Ullán no hubiese sido Ullán, pero además Vivir a manos llenas, del cual es escenario recurrente, carecería de uno de sus elementos más importantes, donde se vislumbran las palabras más sentidas y ahogadas del autor, aún a pocos años del exilio. País llegará para Ullán y más allá su reconocimiento y regreso, y de allí su enorme trayectoria posterior. Pero nunca olvidará que todo comenzó en Villarino de los aires, la pequeña localidad salmantina que le vio crecer y la cual dedicó algunos de sus más hermosos textos de juventud.